jueves, 17 de diciembre de 2020

"Instagram es una máquina de frustración. Hay niños deprimidos en el sofá y eso hay que analizarlo"
Por Alberto García Palomo




Berta Bernad abandonó las redes sociales en un pico de popularidad, escribió un libro sobre ese universo y ahora da charlas sobre cómo afectan emocionalmente.

Con 28 años, Berta Bernad dijo adiós. No se quitó la vida como tal, pero sí eliminó su perfil en Instagram, que para mucha gente es prácticamente similar. Superaba los 100.000 seguidores. Estaba bendecida por gente como Scott Schuman, cazador de tendencias. Habían ido creciendo a lo largo del tiempo gracias a su imagen cotidiana y a sus apuntes de moda. Lo que en el gremio se etiqueta como lifestyle.

Todavía no se usaba la palabra influencer, pero ya era una. Su legión de fans escribía sobre cada cosa que subía a la plataforma y dedicaba el día entero al móvil. Era un oficio sin tiempos muertos. Y terminó siendo una frustración: soportar ese nivel de exposición le llevó a esa decisión de despedirse. Para siempre.

Volvió de otra forma. Dos años después, en 2019, publicó Mi nombre es Greta Godoy en la editorial Planeta. Su protagonista era una mujer que decide salirse de Instagram al llegar a los dos millones de seguidores. ¿Les suena? Usó experiencias e ingredientes de la ficción para confeccionar esta trama que advierte sobre las falsas apariencias o la búsqueda de uno mismo.

Ahora, a los 32 años, da charlas sobre el asunto en la Fundación Lo Que De Verdad Importa y otros organismos, aparte de continuar en el mundillo con Mindlike, agencia que crea estrategias digitales para grandes marcas. Habla con Sputnik tras una mudanza, a ratos. Hasta que en un rato largo consigue finalizar la charla. Le ha costado encontrar ese hueco para hablar, a pesar de sentirse, en general, "liberada".

— Cuando empezó a ser 'influencer' apenas existía esa palabra. ¿Qué significaba entonces y en qué se ha convertido?

— Empecé cuando no existía la palabra, efectivamente. Antes se era blogger o It girl. Tenía un blog con dos amigas donde subíamos fotos de ropa que comprábamos en Berlín, Londres o París. Poco a poco fue ganando visitas y decidí seguir. Había hecho periodismo y todo lo que tenía que ver con fotos o escribir me divertía muchísimo. Y el propio fenómeno digital era muy bonito y a la vez muy orgánico. Ya estaba en mí. Instagram fue un medio nuevo para volcarlo.

— Le he oído decir que la gente y uno mismo ve pasar como "la película de su vida" en una pantalla. ¿Qué supone esa vida virtual? ¿Qué aporta y que te quita?

— Para mí, la vida virtual aporta mucho a nivel inspiración. Puedes viajar desde tu móvil, conectar con gente que físicamente está muy lejos de ti o abrir tu propia marca. Pero eso, a la vez, ha provocado que haya una saturación en el mercado. Hemos ganado en cercanía y rapidez, pero quizás hemos perdido la capacidad de estar tranquilos, de no hacer nada. Yo todavía navego muchísimo y lo utilizo mucho, como espectadora. Es la única cosa en la que invierto muchas horas y pasan como un segundo. Eso es lo peligroso.

​— ¿Cuántas horas le dedicaba a las redes y cómo era más o menos su jornada?

— Le dedicaba el día entero y cada jornada era distinta. Tengo mil frentes abiertos, sin una rutina. Me he acostumbrado desde los 20 años a vivir muy frenéticamente. Estaba desde por la mañana hasta casi la noche. Lo peor para mí, lo que más he agradecido al cerrar mi cuenta de Instagram, era esa necesidad de tener que ir a muchos actos y de recibir muchas cosas. También es que lo dejé a una edad, a los 28 años, en que ya me había aburrido, pero entiendo que haya gente que lo vea y quiera vivirlo.

— En 'Mi nombre es Greta Godoy' se habla de "prisión" y de "inseguridades". ¿Cómo vivió ese mundo?

— Bueno, al final se convirtió en una prisión. Era un lugar donde se vive muy bien porque estás rodeado de lujos materiales (viajes, regalos y todo eso). Pero también toda esa exposición genera una inseguridad que afecta hasta en tu papel social. Cuanto más hablas de tu vida, más apática o tímida te vuelves. Al menos a mí me pasó. Yo era supersociable, pero el hecho de convertir ese don en mi curro terminó siendo negativo.

​— La autora Olivia Sudjic cuenta en 'Expuesta' el fenómeno que vivió tras publicar 'Una vida que no es mía', sobre la fama en las redes, y hace hincapié en la ansiedad que generan. ¿Cómo se lidia con los asociados problemas mentales?

— Lo que recomiendo es que se analice cómo te sientan las redes sociales. No a todos les afectan igual. Lo suyo es que controles no solo el tiempo que pasas en la aplicación sino ver a quién sigues. Incluso apuntar en un papel a esas personas que se sienten inferior, que bloquees durante una época o incluso silencies compromisos que no te apetecen. Necesitas customizar de alguna forma esa plataforma para que no te haga daño. Imagínate que eres una mujer, no puedas tener hijos y ves todos los días fotos de gente con sus niños, pues acabarás con depresión. Creo que eso tienes que saberlo y evitarlo.

— ¿Estamos educados para eso, para una vida virtual que no tiene los mismos parámetros que la física (no hay límites de insultos, no hay horarios, no hay distancias...)?

 — El problema es ese: no hay horarios, no hay distancias, todo el mundo tiene derecho a insultar… Yo no fui una influencer muy cercana, de contar mi vida, porque además me fui cuando empezaban las stories y ya eso es demasiado: tener que poner todo el rato tus tonterías y lo que haces en cada momento. Me parece que ahí empezó El show de Truman de verdad. Para mí era más un currículum virtual donde podía conseguir trabajos y colaboraciones. Yo he vivido una relación más distante. Ahora mismo estamos expuestos a un montón de impactos emocionales y cuesta tanto mantenerse bien. Por eso creo que ha salido esta revolución del yoga, de cuidarse a sí mismo y del estar presente: con todo el jaleo que hay alrededor, es normal que estemos distraídos y dándole importancia a cosas que no la tienen.

— En eso entra la omnipotencia de los dispositivos, que no solo conocen todo de nosotros sino que nos controlan. La socióloga Marina Van Zuylen dice que "vampirizan" nuestra atención. ¿Habría que regularlos o prohibirlos en ciertos casos? ¿Tú llegaste a sentirte adicta o dependiente?

— Instagram ya intenta regular su uso. Te puedes poner alarmas y más avisos. Como todo, es cuestión de educación. Es algo que todavía estamos aprendiendo. Hay mucha gente que me pregunta mil cosas de cómo y cuándo pueden darle un teléfono a su hijo, por ejemplo. Y no hay una respuesta. Realmente, todo hay que verlo en cómo sea esa persona, cómo se integre, cómo sea de sociable, cuál es su necesidad de llamar la atención. Yo creo que no era adicta al móvil (o no me di cuenta), pero sí al qué dirán y a cómo me veía la gente. En mi día a día he tenido que lidiar mucho con mi imagen, con la sensación de que todo lo que hacía era noticia. Y lo que me di cuenta es de que a la gente, aunque comente o te mire todo el rato, no le importa la vida de nadie. Así que si volviera atrás, intentaría controlar más esa franja.

​— ¿Cómo consiguió dejarlo, desaparecer? ¿Es eso lo que trata en sus conferencias?

— Fue muy radical. De la noche a la mañana lo dejé. Llevaba tiempo pensándolo, pero tomé la decisión de repente. Hubo un momento en que no me vi capaz de postear menos. Y hubiera podido volver si me hubiera ido de otra forma. En mis conferencias sobre todo trato e intento fomentar el uso responsable de las redes sociales y el efecto emocional que tienen. Es el mensaje que me encanta promover. Me parece que un fenómeno así, tan grave e importante como el cambio climático o el feminismo, está cambiando el mundo. Hay mucha gente con su hijo deprimido en el sofá por las redes y eso hay que analizarlo.

— Otra palabra que se repite en torno a las redes y la exposición es "frustración". ¿Por qué se produce? ¿Qué supone?

— Porque al final todo el mundo compara su vida con los demás y siente que es peor. En Instagram solo se ve la punta del iceberg de lo que pasa realmente. Y creo que eso lo convierte en una máquina de frustración que te hace querer cosas que no tienes. Además, es una herramienta que no te deja ver lo que ha hecho una persona para conseguir eso. Si lo ha tenido porque sí o si le ha costado perder lazos familiares. No se puede admirar a alguien sin saber nada. No se puede hacer un líder de gente que, como se está viendo, tiene detrás muchísima soledad.

— ¿Qué siente cuando ve noticias de 'influencers' que pasan un trance extremo, como el suicidio o el batacazo de no lograr lo que esperan? ¿Cree que hay poca labor pedagógica en cuanto a este universo?

— Hay que poner el tema sobre la mesa de una manera natural, hablando de ello y que se normalice. Así la gente no tendrá miedo a exponerlo y a saber que su vida va igual. Yo, desde que cerré Instagram, duermo mejor, soy capaz de atender mejor las conversaciones, consumo mucho menos y necesito muchas menos cosas, porque esa necesidad de fotografiar todo lo nuevo te empuja a comprar. Me siento muy liberada.

​— Un daño paralelo es la comunicación. ¿Cómo nos han cambiado estas esferas digitales a la hora de hablar? ¿Y a la hora de enfrentarnos a problemas o a empatizar?

— Han cambiado mucho la forma de hablar, se nota incluso en cómo se verbaliza frente a una cámara. Se ha creado, como dijo Federico Jiménez Losantos en una entrevista que me hizo, un desdoblamiento de la personalidad. Se tiene una vida virtual y otra real. A la hora de enfrentarnos a la realidad, las redes sociales no son el canal. 

— Por último, se decantó por la ficción para hablar de alguien que se borra de las redes. ¿Por qué? ¿Era más fácil para no parecer un testimonio desde la disidencia o a modo de regañina?

— Preferí la ficción porque era más libre de contar lo que le pasaba a este personaje que a veces tiene rasgos de lo que he vivido y otras no. Me tomé la licencia de escribir cosas que no me pasaron y añadir otras que sí, pude jugar más. No hubiera sido capaz de ponerlo en primera persona como un diario si no fuera así. Porque no creo que mi historia sea tan importante. Lo importante es cómo ha cambiado el mundo.



viernes, 11 de diciembre de 2020

Facebook eliminará la desinformación sobre vacunas contra la COVID-19
La red social asegura que borrará cualquier publicación que incluya afirmaciones que hayan sido "desmentidas por expertos en salud pública" por su riesgo de provocar un "daño físico inminente". Se trata de un paso importante, pero que solo tendrá impacto si se ejecuta a gran escala y en grupos privados.
por Abby Ohlheiser | traducido por Ana Milutinovic


Associated Press


La noticia: Facebook ha anunciado que va a eliminar las publicaciones que incluyan afirmaciones falsas sobre las vacunas contra el coronavirus (COVID-19) que hayan sido "desmentidas por expertos en salud pública". Esta publicación describe cómo Facebook planea aplicar su prohibición en torno a la desinformación sobre la COVID-19, con la intención de descartar las publicaciones que podrían conducir a un "daño físico inminente", mientras que los países de todo el mundo se acercan a la adquisición y administración de las vacunas. Las eliminaciones se aplicarán tanto a Facebook como a Instagram.

Ya llegan las vacunas eficaces: el éxito de las vacunas contra la COVID-19 se considera fundamental para superar la pandemia, con varios candidatos en las últimas etapas de los ensayos. A principios de la semana pasada, Reino Unido se convirtió en el primer país en aprobar una vacuna, otorgando una Autorización de Uso en Emergencia del tratamiento desarrollado por Pfizer y BioNTech y aseguró que las primeras dosis podrían administrarse en los próximos días.

¿Qué eliminará Facebook? La información que ha compartido sobre su nueva política no es muy detallada, pero ofrece algunos ejemplos de lo que se eliminaría de la plataforma: 

"Podría incluir afirmaciones falsas sobre la seguridad, eficacia, ingredientes o efectos secundarios de las vacunas. Por ejemplo, eliminaremos las afirmaciones falsas de que las vacunas contra la COVID-19 contienen microchips o cualquier otra cosa que no esté en la lista oficial de ingredientes de la vacuna. También eliminaremos las teorías de conspiración sobre las vacunas contra la COVID-19 que hoy en día sabemos que son falsas, como que se están utilizando poblaciones específicas sin su consentimiento para probar la seguridad de la vacuna".

Entonces, ¿es un paso importante? Sí y no. Resulta importante que Facebook aborde mejor su forma de manejar la desinformación sobre las vacunas, especialmente teniendo en cuenta que estamos entrando en lo que podría ser el momento de salud pública más significativo de la historia moderna. La desinformación sobre las vacunas ha florecido durante mucho tiempo en Facebook, por lo que cualquier cosa que anuncie en términos de prohibición o de mano dura tiene el potencial de ser muy relevante.

El "pero" aquí también es importante y multidimensional. Las políticas de Facebook son efectivas, si se aplican. Con la desinformación sanitaria en especial, estas prohibiciones solo cumplirán sus objetivos si se llevan a cabo de manera efectiva dentro de los muchos grupos privados en Facebook donde se fomentan y amplifican las afirmaciones falsas sobre la salud. Este ha sido el problema con los intentos anteriores de la plataforma de tomar medidas enérgicas contra las falsedades perjudiciales.

La aplicación desigual: incluso después de que Facebook comenzara a aplicar sus políticas para limitar la propagación de desinformación sobre las vacunas en 2019, restringiendo, por ejemplo, las recomendaciones de algunos grupos y hashtags que promovían dichos mensajes, el ecosistema antivacunas continuó creciendo en los espacios privados de la plataforma.

Sin embargo, desde la pandemia, Facebook ha tomado una actitud más agresiva para eliminar cierta desinformación sanitaria, citando su política contra el contenido que podría provocar un daño físico inminente. Hace unas semanas, Facebook bloqueó al destacado activista antivacunas Larry Cook y a un enorme grupo de Facebook que dirigía, por violar sus políticas sobre la teoría de la conspiración de QAnon.



Todos los detalles de la demanda antimonopolio contra Facebook
La Comisión Federal de Comercio de EE. UU. afirma que la red social actúa de forma anticompetitiva y con métodos de competencia desleal. Tras un movimiento similar reciente contra Google, parece que el mundo empieza a tomarse en serio la gravedad del enorme poder que han acumulado las 'big tech'.
por Eileen Guo | traducido por Ana Milutinovic


AP Photo/Andrew Harnik.


Qué ha pasado: la Comisión Federal de Comercio de EE. UU. (FTC, por sus siglas en inglés) ha presentado una demanda antimonopolio contra Facebook por su "conducta anticompetitiva y sus métodos de competencia desleal". Eso incluye la adquisición de Instagram en 2012 y la compra de WhatsApp en 2014. Facebook, según alega la FTC, tiene el monopolio de las redes sociales. 

En su demanda, la FTC afirma: "Desde que derrocó a su primer rival, MySpace, y consiguió el poder de monopolio, Facebook se ha dedicado a jugar a la defensiva mediante prácticas anticompetitivas. Al identificar dos importantes amenazas de competencia a su posición dominante, Instagram y WhatsApp, Facebook actuó para sofocar esas amenazas comprando las empresas, en un reflejo de la opinión del CEO, Mark Zuckerberg, expresada en un correo electrónico de 2008, de que 'es mejor comprar que competir'".

Cómo hemos llegado hasta aquí: el control regulatorio que EE. UU. ejerce sobre Facebook empezó a aumentar en 2017, cuando se descubrió que la empresa de datos políticos Cambridge Analytica había usado datos de usuarios de Facebook sin su consentimiento en el período previo a las elecciones presidenciales de 2016 en EE. UU. 

La FTC comenzó su investigación sobre las políticas de privacidad de Facebook en marzo de 2018, lo que resultó en una multa de 5.000 millones de dólares (4.130 millones de euros). Aunque se trata de la mayor multa en la historia de una empresa tecnológica, solo representó alrededor del 9 % de los ingresos de la compañía en 2018, y fue criticada rotundamente por las organizaciones de activistas y legisladores demócratas porque no incluía ninguna condición que exigiera a Facebook cambiar sus prácticas empresariales. 

En los últimos meses, el control ha ido en aumento. Durante el verano, los demócratas de la Cámara de Representantes de EE. UU. publicaron un informe de 449 páginas sobre las prácticas monopolísticas de Apple, Amazon, Facebook y Google, en el que abogaban por una mayor aplicación de la legislación antimonopolio. 

Luego, en octubre, el Departamento de Justicia de EE.UU. presentó una demanda antimonopolio contra Google, argumentando que la empresa utilizó métodos ilegales para expandir su negocio de búsqueda y publicidad. 

Por qué es importante: la demanda del Departamento de Justicia de EE. UU. contra Google ya era el mayor caso de monopolio en los últimos 20 años, y las demandas conjuntas de la FTC y los estados van, como mínimo, a la par. 

La última demanda, que se unió a la otra separada de 47 estados de EE. UU., junto con Guam y el Distrito de Columbia (ambos en EE. UU.), tiene grandes repercusiones para Facebook y podría obligar a la empresa a vender Instagram y WhatsApp. Pero, también presagia un entorno más amplio y cada vez más crítico con el dominio de un puñado de gigantes tecnológicos.

Estos casos podrían tardar años en acabar en los tribunales, pero, se avecinan más demandas. Los fiscales generales estatales han afirmado que presentarán sus propias demandas contra Google en las próximas semanas, además de continuar con la investigación adicional de Amazon y Apple.